VIH o la nueva manzana de la discordia
Existe una historia dentro de la mitología griega que durante el enlace nupcial de los futuros padres de Aquiles: Peleo y Tetis llegó a la fiesta la diosa Eris (quien no había sido invitada) y en una acción muy humana deseaba provocar un conflicto entre los allí reunidos. Llevaba una manzana de oro, la cual lanzó a los pies de las diosas Afrodita, Atenea y Hera. Dicha manzana llevaba una inscripción que indicaba que era para la mujer más hermosa, algo que motivó que las tres diosas acusaran sus cualidades humanas y discutieron entre ellas sobre a quién le correspondía quedársela. Para mediar en el conflicto ocasionado por Eris, se escogió a Paris para que eligiera a la más bella de las tres y, por tanto, debía ser la poseedora del fruto dorado. Paris ofreció la manzana a Afrodita, quien le había prometido el amor de Helena de Esparta, esposa del rey Melenao. El resto es historia: este hecho dio paso a la Guerra de Troya. Las narraciones mitológicas tienen la capacidad de poner en evidencia y con relieve el quehacer humano. Nuestros miedos, fantasías y anhelos quedan plasmados en personajes que lo mismo presentan una cara divina y que la humana: una manzana que desatará las diversas facetas de la condición humana; codicia, envidia, ira, y la pasión. Del otro lado de la moneda, el VIH se convierte en una manzana de la discordia contemporánea: llega a la vida de las personas sin ser invitada, desata conflictos y confronta los sentimientos. El VIH transitó de ser un fenómeno médico a uno social. Por un lado abrió las puertas a la investigación virológica, tratamientos y vacunas, por otro las ciencias de comportamiento de daban a la tarea de tratar de explicar lo que sucedía entre las personas sexualmente activas; se acuñaron términos como HSH (hombres que tienen sexo con hombres), profilaxis pre y post exposición, carga viral, indetectable, percepción de riesgo, entre otras. Todas para tratar de dar cuenta en cómo el fenómeno iba infiltrándose en la sociedad y los resultados que surgían. Prueba de ello es que en los albores de la epidemia se hablaba de “grupos de riesgo”, con el avance de la investigación, las nuevas formas de hacer prevención y como una forma de evitar la discriminación, lo políticamente correcto fue hablar de “situaciones de riesgo” y así evitar fomentar la estigmatización. Sin embargo, pese al avance tecnológico, la respuesta de la sociedad civil y la participación gubernamental; la propagación de la infección, el surgimiento de nuevos casos, la falta de información objetiva del tema, y una serie de prejuicios y estigmas preexistentes en algunos casos acrecentaron maneras poco asertivas de ver el fenómeno. Hace 35 años no existía la información ni el acceso a la misma como lo es en la actualidad, pudiera parecer algo ajeno a muchas personas, tanto que incluso hay quienes siguen utilizando conceptos como “yo estoy limpio” (refiriéndose a que no viven con VIH) o “yo sé con quién me meto (sic)” (refiriéndose a la elección de su compañero sexual). Hemos aprendido que existen relaciones serodiscordantes (uno/a vive con VIH y el otro/a no), que en casos de accidentes existe una profilaxis, que si una persona es indetectable no transmite el virus; sí, hemos aprendido mucho, pero aún quedan lecciones pendientes. No es sólo saber, sino que la información nos sea significativa, que aprendamos que el condón no es una forma de evitar una infección sino un implemento más en la práctica sexual, que el autocuidado nada tiene que ver con el número de compañeros sexuales, que no importa que tan “bien” luzca la persona, que en verdad aprendamos a respetar a las personas por sus cualidades humanas y no juzgarlas por su orientación sexual, identidad de género o número de encuentros sexuales. Sí, el VIH es la manzana de la discordia que puede llegar a detonar lo mejor y lo peor del ser humano. Es un regalo que no se desea tener, y que sin embargo, cuando se posee nada ni nadie nos lo puede quitar.
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